Tomado de ZAPATEANDO
“Hace 27 años empezó a gestarse en los Montes Azules de la Selva Lacandona una quimera que diez años después se convirtió en utopía y hoy es una incipiente realidad para México y el mundo. El 17 de noviembre de 1983, tres indígenas y tres mestizos establecieron el primer campamento del EZLN en esas montañas del sureste mexicano. Los urbanos que llegaron allí con la teoría del foco guerrillero para crear un gobierno socialista fueron “derrotados” por la experiencia histórica y cultural de la lucha indígena, sin que por ello perdieran la “carga ética y moral que llevaban”, heredada de otros compañeros que habían muerto por la represión gubernamental.
Gracias a esta ruptura epistémica, moral e intelectual nació algo original: un ejército indígena que, sin dejar de serlo, lucha en forma civil y pacífica desde hace 17 años por construir un principio de orden social no capitalista llamado por ellos “autonomía”. Esta experiencia social en ciernes tiene históricamente un enorme grado de originalidad, cuyo antecedente podríamos encontrar en el programa constructivo gandhiano que se llevó a cabo en las aldeas hindúes de los años veinte a los cuarenta del siglo pasado.”
27 y 17 Génesis y grito de la dignidad zapatista
Publicado por Diorama en enero – 18 – 2011
http://www.conspiratio.com.mx/conspiratio/?p=575
Hace 27 años empezó a gestarse en los Montes Azules de la Selva Lacandona una quimera que diez años después se convirtió en utopía y hoy es una incipiente realidad para México y el mundo. El 17 de noviembre de 1983, tres indígenas y tres mestizos establecieron el primer campamento del EZLN en esas montañas del sureste mexicano. Los urbanos que llegaron allí con la teoría del foco guerrillero para crear un gobierno socialista fueron “derrotados” por la experiencia histórica y cultural de la lucha indígena, sin que por ello perdieran la “carga ética y moral que llevaban”, heredada de otros compañeros que habían muerto por la represión gubernamental.
Gracias a esta ruptura epistémica, moral e intelectual nació algo original: un ejército indígena que, sin dejar de serlo, lucha en forma civil y pacífica desde hace 17 años por construir un principio de orden social no capitalista llamado por ellos “autonomía”. Esta experiencia social en ciernes tiene históricamente un enorme grado de originalidad, cuyo antecedente podríamos encontrar en el programa constructivo gandhiano que se llevó a cabo en las aldeas hindúes de los años veinte a los cuarenta del siglo pasado.
¿Cómo surgió?
Dejemos hablar a los propios protagonistas utilizando el comunicado del 17 de noviembre de 1994 y los discursos que el subcomandante Marcos y el comandante Moisés hicieron el 2 de agosto de 2008 en el Caracol de La Garrucha ante la Caravana Nacional e Internacional de Observación y Solidaridad con las comunidades zapatistas. En ellos, Marcos describe bien la ruptura de los urbanos con las comunidades indígenas: “Lo que había hecho resistir a esta gente [era] su apego a [sus formas de] vida. La lengua, el lenguaje, la forma de relacionarse con la naturaleza presentaba una alternativa no sólo de vida, sino de lucha [de una lucha] que llevaba cinco siglos”. La coyuntura histórica que detonó el 1º de enero del 94 fue que “se acabó la posibilidad de acceder a un terreno de tierra. Al mismo tiempo, las enfermedades empezaron a acabar con los niños y con las niñas. De 1990 a 1992 no había niño en la Selva Lacandona que llegara a los cinco años […] morían de enfermedades curables […] pero la diferencia que había aquí con el resto de otros pueblos indios es que aquí había un ejército rebelde, armado. Fueron las mujeres quienes empezaron esto”.
Se realizó entonces una amplia consulta en las comunidades que terminó en la determinación de alzarse en armas –“[…] si nos alzamos en armas, nos van a derrotar, pero va a llamar la atención y van a mejorar las condiciones de los indígenas. Si no nos alzamos en armas, vamos a sobrevivir, pero vamos a desaparecer como pueblos indios” –. No fue un acto de violencia sino de reivindicación de la propia identidad. Como bien señala un indígena tzeltal: “Nos levantamos con la esperanza de vivir o morir con dignidad a pesar de nuestra pobreza”.
¿Valió la pena? El mismo tzeltal nos contesta: “Ahora recuperamos la tierra y formamos nuevos poblados. Ahora vivimos un poco mejor” (en el 94 se recuperaron 250 mil hectáreas).
A pesar de los ataques del gobierno, el zapatismo ha abierto “una etapa de resistencia, donde se ha pasado de la lucha armada a la organización de la resistencia civil y pacífica”. “La libertad –como dijo el comandante David en Oventic al crearse las Juntas de Buen Gobierno (JBG)– es que nosotros decidamos lo que queremos hacer”. Se trata de la construcción de una “dualidad de poder” o de “poder paralelo”, como sostienen Juan Carlos Marín y Gene Sharp, que constituye una de las mayores formas de confrontación no-violenta practicada antes por Gandhi, Mandela, Rugova, entre otros; se trata de construir una autonomía mediante 1) un horizonte social donde lo colectivo (“bien común”) se coloca por encima de lo individual, aunque parte de la (auto) dignificación del individuo, 2) una no-cooperación con cualquier forma material de apoyo o de relación con el gobierno y con cualquiera de sus fuerzas sociales aliadas, y 3) la construcción de formas de cooperación lo menos capitalistas posibles. Sobre todo en los terrenos del buen gobierno, la salud, la educación (“la escuela está en las comunidades”) y los trabajos colectivos.
Esta búsqueda de “hacerse cargo uno mismo” tiene una representación ejemplar en la “rotación de poder” y rendición de cuentas practicadas en las JBG; algo muy original en su resistencia civil y pacífica, pues deja atrás, según Marín, el principio en que se sustentan la mayoría de los actuales sistemas políticos democráticos: la representatividad. En la autonomía zapatista nadie “reemplaza” a nadie en las tareas sociales. Todos deben asumir sus responsabilidades sociales en forma directa y corporal, convirtiendo así a las Juntas en espacios de aprendizaje y “descentramiento” que permiten que a las mujeres y a los niños se les escuche y se les tome en cuenta en las decisiones. Así, el “para todos todo” se articula ahora con un “todos en todo”.
Sin duda, con el proceso de la autonomía estamos ante una experiencia histórica original donde se invierten muchos valores que las actuales democracias pregonan. Como bien sostiene Moisés: “El pueblo manda y el que está gobernando debe obedecer. Nuestras autoridades autónomas tienen que bajar a los pueblos. Se trata de decidir por consenso, escuchando a la minoría, probando y corrigiendo”.
Este proceso tiene, además, otro importante elemento de la cultura pacifista y no-violenta: incluye al adversario: no sólo las tierras recuperadas fueron repartidas también entre priístas, sino que también en las clínicas zapatistas y en las JBG se atiende a los no zapatistas.
El zapatismo es un proceso de cambio social y de humanización de larga duración, una alternativa a la crisis económica generada por el capitalismo, algo que no debe perderse de vista al emitir reflexiones o juicios de valor sobre él. Es una especie de Despertador Mexicano del siglo XX que da esperanza y horizonte a una importante porción de la sociedad nacional e internacional comprometida en la construcción de un orden social más justo y humano. Este proyecto, llevado primeramente adelante por el EZLN y sus bases de apoyo, necesita del apoyo de todas y todos nosotros para seguir creciendo en medio de incipientes condiciones de inhumanidad en nuestro país y el mundo, mediante la solidaridad, la interposición de cuerpos (brigadas de observación) y de campamentos de paz.
En el fondo, el zapatismo es una empresa colectiva de una porción de la especie humana unida por la consigna de la “desobediencia debida a toda orden de inhumanidad”
Por Ricardo Vinós Por Pietro Ameglio
Artículo obtenido de Conspiratio 07 (click para ir al número 07)
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