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lunes, febrero 23

COCTEAU ese lunatico terreno...

Un poco de Cocteau:
Por desprecio hacia la superioridad primaria que consiste en tomar a contrapié el espíritu de su propia clase, Jacques adoptaba ese espíritu, pero de una manera tan diferente que los suyos no pudieran reconocerle.
En suma, afectaba la elegancia sospechosa: la elegancia animal. Ese aristócrata, ese hijo del pueblo, que no soporta ni la aristocracia ni la masa, merece diez días al día la Bastilla y la guillotina.
UNA NATURALEZA EXCESIVA
No le seduce ni una derecha ni una izquierda, que encuentra blanda. Además, su naturaleza excesiva no quiere considerar un justo término medio.
También, en virtud del axioma “los extremos se tocan” soñaba en una extrema derecha virgen, tan cerca de la extrema izquierda hasta el punto de confundirse con ella, pero en la que él pudiera actuar a solas. Ese sillón no existe, o, si existe, nadie lo ocupa. Jacques se sentaba en él de oficio y, desde allí, contemplaba todas las cosas de la política, del arte, de la moral.
No pretendía ninguna recompensa, las gentes suelen reprocharlo.
Los que pretenden, porque el desinterés atrae una cierta suerte que no sabrían admitir libre de maquinaciones. Los que recompensan, porque no se les solicita.
Llegar. Jacques se pregunta a qué se llega. ¿Bonaparte llega a la Coronación o a Santa Elena? Un tren del que se habla porque ha descarrilado y ha causado la muerte de viajeros, ¿llega? ¿Llega más si llega a la estación?
SU DESTINO: LASTIMARSE SIEMPRE
Profundizando sobre el entorno de Jacques, yo le denuncio como un parásito en la tierra.
En efecto, ¿dónde está el papel que le autoriza a gozar de un ágape, de una bella noche, de una chica, de los hombres? Que nos lo demuestre. Toda la sociedad se levanta como un guardia civil y se lo exige. Se turba. Balbucea. No lo encuentra.
Ese gozador cuyos pies marchan sólidamente sobre el terreno firme, ese crítico de los paisajes y de las obras se sostiene sobre la tierra por un hilo.
Es pesado como un escafandrista.
Jacques se esfuerza a fondo. Lo adivina. Ha tomado sus costumbres. No se le hace subir a la superficie. Se le ha olvidado. Subir a la superficie, quitarse el casco y el traje, es el paso de la vida a la muerte. Pero le llega por el tubo un soplo irreal que le hace vivir y le colma de nostalgia.
En fin, la belleza estrictamente física ostenta una manera arrogante de encontrarse en casa en todas partes. Jacques, en el exilio, la codicia. Cuando menos amable es, más la codicia, y su destino consiste en lastimarse siempre.
SE PUEDE CREER DEMASIADO
Contempla un baile tras los cristales: esa raza cuyos papeles están en regla, feliz de vivir, que vive en su verdadero elemento y se pasa de las escafandras.
Así pues, sobre rostros sin dulzura amasará un sueño.
Esperar. ¿Esperar, qué? Jacques habría querido esperar algo neto, simplificar su espera. No creía; o creía bajo una forma tan confusa que su madre, considerándole un ateo, rezaba por él.
La creencia vaga hace almas diletantes. Pero el diletantismo es un crimen social. Creía demasiado. No limitaba sus creencias y no las precisaba. Limitar las propias creencias da un estado de alma, como precisar y limitar los propios gustos en arte, da un estado de espíritu.
Se contempló. Se infligía ese espectáculo.

JEAN COCTEAU, La gran separación, 1923.

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