DEMOCRACIA: MÉTODO DE CONTROL Y ALIENACIÓN, FUNDAMENTO ESCENCIAL DEL CAPITALISMO.
No es una cuestión de palabras, es una cuestión de sustancia: Se trata de toda la diferencia entre la democracia, que significa gobierno del pueblo, y anarquía que significa no gobierno, libertad de todos y de cada uno.
Errico Malatesta
Frente a los tantos mitos, realidades y conmociones que giran alrededor del término Democracia, que parece siempre adquirir auge y revuelo en periodos de crisis económicas -por alguna razón correspondiente a su misma lógica-, no resulta ya difícil ver en aquél término un concepto gastado, que sirve de adorno a todos aquellos que pretenden ensalzar sus discursos de Progresismo, pues el terreno de empleo de tal palabra ya no es sólo propiamente de las naciones poderosas, politicastros, lideres sindicales, de partidos o todo aquello relacionado a instituciones, porque también el conjunto del medio artístico, intelectualoide y académico, parecen coincidir, en afirmar que la totalidad del mundo requiere por igual, el perfeccionamiento de la democracia y su purificación, mostrando ésta como el sistema mejor desarrollado que el ser humano haya podido inventar.
Haciendo referencia a una simple definición del diccionario, podemos encontrar que: la Democracia es una forma de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que la titularidad del poder reside en la totalidad de sus miembros, haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad colectiva de los miembros del grupo.
En sentido estricto la democracia es una forma de gobierno, de organización del Estado, en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes. En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que todos sus habitantes son libres e iguales ante la ley y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales.
A partir de tal definición, podemos entender con facilidad el hecho de que bajo la moral en la que nos encontramos inmersos, difícilmente haya alguien que se oponga a la realización de este ideal. Puesto que después de que a raíz de los sucesos ocurridos en los siglos pasados, la estructuración de la sociedad sólo se alcanzó mediante devastadoras guerras, crisis y conflictos sociales, y la instauración formal de todos los países bajo el modelo democrático, trajo consigo una desde luego, relativa- concurrente paz social.
Pero cabe preguntar ¿Cómo explicar que las expectativas positivas que se tuvieron a partir de la desaparición de regímenes dictatoriales que supusieron el advenimiento de una plenitud formal; se hayan venido abajo con todos los acontecimientos de nuevas crisis tanto económicas como de recursos- y conflictos surgidos de pronto en este siglo XXI?
Se dice que la ventaja de la democracia consiste en ser un sistema en el que la ciudadanía puede quitar de sus puestos a los gobernantes sin tener que cambiar toda la base legal del gobierno, porque a diferencia de las Dictaduras, la diferencia estriba que en la democracia, el uso de la fuerza coercitiva del Estado es distinta, pues precisamente esos procedimientos de corrección, no son limitados ni arbitrarios al estar reglamentados, siempre abiertos a toda crítica y cuestionamiento por parte de la opinión pública. Dando así por resultado, el aminoramiento de la inestabilidad política asegurando a los ciudadanos, que por mucho que padezcan los efectos negativos de las políticas del gobierno en un momento dado, siempre tendrán una oportunidad de cambiar a quienes gobiernan, optando por un mal menor (pero que a final de cuentas no deja de ser un mal para los gobernados) o incluso de cambiar directamente las políticas con las cuales no están de acuerdo.
Tan fuerte ha sido la asimilación de esta moral burguesa, que no extrañan los casos donde las tendencias de izquierda o mismos pseudo-anarquistas apoyen esta premisa, de igual manera que lo hacen demócratas, liberales y estatistas, argumentando que es preferible un medio donde el Estado “tolerante” otorgue libertades y los derechos regulados para organizarse y protestar a un sistema en el que los cambios políticos se llevan a cabo por medio de la violencia, lo que desemboca la mayoría de las veces en un golpe de estado o una catastrófica guerra civil.
Lo cierto es que pese a todas las ventajas que dice brindar la democracia a comparación de otros regímenes donde la explotación y el control ejercido por las clases dominantes se manifiesta abiertamente sin vacilaciones, una democracia no hace más que formalizar y enmascarar las contradicciones existentes en el sistema capitalista que respalda. Es decir, que todas las relaciones de individualismo y egoísmo que se gestan y fomentan bajo la dictadura del dinero, serán de la mejor manera justificadas pese los efectos negativos que verdaderamente producen: el servilismo impregnado en las relaciones de sumisión social (jerarquías), la alienación en el trabajo, la escuela, los institutos y el afán del lucro. Todo ello, no representa mayor problema porque la democracia nos proporciona la libertad de elegir, la libertad de someternos a un trabajo azotador y estresante por un salario que cubra nuestra subsistencia, o la libertad de padecer hambre y vivir precariamente; Ó también, la libertad de esclavizarnos en el consumismo enriqueciendo a los bancos mientras nos endeuda con el crédito y los intereses, o empeñarnos en la búsqueda constante de beneficios personales económicos empelando medios que consistan en timar, robar o arruinar ya no a los de mi propia condición de clase, sino incluso a los de mi mismo árbol familiar. Miles son las libertades otorgadas por el libre albedrío de la democracia, todas propias de un círculo vicioso y corrompido que se figura más tolerable.
Ante tales circunstancias, surge la necesidad de derrocar dicho sistema irracional, por uno acorde a las necesidades verdaderamente humanas, pero lo cual, sólo se tornará posible mediante la toma de conciencia, organización y posteriores acciones, por parte de la clase en la que recaen los efectos negativos o sea, la clase trabajadora-, efectos que son directamente responsabilidad de la clase que le gobierna y explota desmesuradamente.
Y sí realmente, aspiramos a construir una auténtica emancipación, los métodos revolucionarios que empleemos para alcanzarla deberán ser contundentes, es decir, consistir en la ruptura total de las estructuras opresivas (Estado-Capital), junto con su ideología que le sustentan (en este caso la democracia, por ser la predominante, pero que de igual manera, ninguna otra tendencia gubernamental puede ser tolerada por nuestra parte), la cual, a pesar de que debe ser conocida en sus bases y fundamentos para atacarla, debe quedar claro que no puede a su vez, servirnos de elemento para nuestros propósitos a alcanzar por medio de nuestras reivindicaciones en la lucha.
Es por esa razón que nos hemos propuesto elaborar un análisis que exprese de la mejor manera, clara y posible, la posición que hemos tomado desde nuestras propuestas ácratas frente a la democracia.
La falacia de la ciudadanía
En los países donde imperan los gobiernos democráticos, se ha establecido como fundamento inatacable que el orden social existente se encuentra conformado por gobernantes (representantes) y ciudadanos. Todos los demócratas (ideólogos patentados de dicho sistema, tomen partido en la izquierda o la derecha) han reducido sus análisis a decir que los antagonismos entre clases sociales, han quedado rebasados en nuestra época actual. Dichos antagonismos que surgen necesariamente de la naturaleza contradictoria engendrada por el modo de producción capitalista, es decir, la detentación de los medios de producción (fábricas, talleres, herramientas, servicios, recursos naturales) por parte de una minoría privilegiada que por su misma condición de clase, ve asegurada su posición, gracias al amparo del Estado, bajo el Derecho a la propiedad privada.
Ello, permite que la acumulación de capital (dinero, propiedades, acciones) circule en torno al constante beneficio de la clase (burguesa), que con el aparato político del Estado (surgido también de su misma necesidad de justificarse “legalmente”) tendrá el camino abierto para ejercer su influencia sobre todos los aspectos de la vida social, haciéndola girar en un mismo eje: el lucro y la ganancia por medio de la explotación en el trabajo asalariado.
Así, las grandes masas que han heredado sólo ruina y despojo por múltiples generaciones, esas multitudes que excluidas de los medios necesarios para subsistir, viéndose obligadas a empeñar sus facultades físicas y mentales, para apenas alcanzar cierta estabilidad que les permita llevar una vida de carencias, deudas e incertidumbre de quedar despojados por un embargo -consecuencia de algún crédito que no pudieron pagar-. La prevalencia de esta situación en la sociedad, no puede dar lugar de ningún modo, a hablar sobre un estado de igualdad habiendo cabida para los acuerdos y conciliaciones, donde las diferencias e intereses, sólo son superficiales, excluyendo todo antagonismo entre las clases.
Es así como opera la demagogia de todos los partidos políticos, defensores de sus intereses de clase, burgueses por igual, aspiran a gobernar sólo para asegurar el mantenimiento y perfeccionamiento del capitalismo, es decir, que sus privilegios sólo se hacen posibles mediante discursos que evoquen a la pasividad generalizada, que logra que las clases explotadas y marginadas, no asuman su condición de opresión y alienación en que se encuentran inmersos. Logrando de esta manera, una moral, un credo absoluto, con base a la siguiente asimilación: en este país, siendo “todos” gobernados por las leyes, una misma constitución, y tres poderes emanados del sufragio y la voluntad popular, somos ciudadanos por igual, y nuestras diferencias, sólo consisten en los distintos modos de pensar o la exigencia en el respeto a los modos de vida de las minorías.
En eso consiste el timo de la democracia, hacernos creer que sumergiéndonos en el concepto abstracto de ciudadanía, se facilita el entendimiento y la concordia frente a las clases que nos estrangulan a diario, quebrantando a la vez nuestra solidaridad entre proletarios, encaminándonos por intereses ajenos a nuestra clase, nos enfrentan por la ceguedad, que con promesas de bienestar, se hace encauzar nuestros esfuerzos al apoyo y desgastes de las causas de líderes sindicales, ONG's y partidos políticos que nos emplean perfectamente como carne de cañón para beneficio de sus intereses particulares.
El timo de los derechos y las libertades bajo la democracia
El derecho de reunión, el derecho de asociación, el derecho de sindicalización, la libertad de prensa, nos dice la burguesía (de derecha e izquierda): “Son derechos concedidos a la clase obrera”. Veamos la realidad; los trabajadores, luego de generar, valor durante todo el día, al servicio del capital, dejando su fuerza, sus brazos, su cerebro, su sudor, su sangre, su vida, tienen reconocido no sólo el derecho de ir al fútbol, ver la televisión para distraerse o tomar vacaciones cada cierto tiempo, ello, “para estar en forma y tener un buen rendimiento” en el día de reingresar a laborar; También, “se les otorga” el derecho de discutir, sindicalizarse y enviar a sus “representantes” a negociar con los patrones el precio al que les venderán el pellejo.
Es totalmente lógico, que todo vendedor busque vender su mercancía lo más cara posible (en este caso, los trabajadores, su fuerza de trabajo, que es todo lo que poseen) y, con gusto, el capital acepta que los sindicatos transformen las necesidades excesivas de los obreros en justas reivindicaciones salariales. “Justa” reivindicación es la que permite un aumento de la tasa de explotación, simulando beneficios a los trabajadores (míseros aumentos al salario), siendo a su vez considerada “legítima” por no afectar en todo momento los márgenes de ganancia para la burguesía, y menos cuando no atenta contra la competitividad de la sacrosanta Economía nacional.
En ese sentido, no cabe duda que los sindicatos mediadores entre el proletariado y la patronal, son especialistas en hacer las reclamaciones “justas” para no atentar contra los intereses del capital. ¿Qué otra cosa puede caber en esos derechos otorgados por la burguesía, que el derecho a este tipo de reclamaciones “justas” que no atentan contra la ganancia capitalista? Absolutamente nada.
Cuando los trabajadores se asocian, es decir, en una organización independiente que objetivamente brega por demandas inmediatas acorde a los intereses de los trabajadores, luchando efectivamente, por una reducción real del tiempo de trabajo, un aumento efectivo de salario relativo. En donde, el capital no tiene ningún interés en reconocerle ni el derecho de asociación, ni el de reunión, ni el de prensa, ni siquiera el de sindicalización; pues todo ello, llevado a un plano general que se extienda a todos los sectores trabajadores en la industria y el campo, afectará la imagen de la Economía nacional ante el exterior, provocando que los inversionistas no quieran invertir en el país.
En este caso, la democracia no tiene más remedio que recurrir a las medidas represivas particulares del Estado: Policía, Ejército, cuerpos de choque sindical, cárcel, etc. En nombre de la democracia, los derechos de los trabajadores y el respeto a las decisiones sindicales, los gobiernos, no dudarán en emplear el terrorismo estatal contra la clase trabajadora organizada. Y ello, aplica de igual manera sí las demandas se concretan en objetivos revolucionarios, cuando el proletariado se percate de la necesidad que tiene, no ya de recibir un sueldo, sino de abolir por completo el sistema de salarios.
Queda claro pues, que la asociación, su prensa, sus reuniones, sus acciones, emanadas de su propia conciencia de clase, se sitúan abiertamente contra los patrones, el capital y su economía nacional. Entonces la libertad de reunión y la de asociación asumen la forma de represión abierta, en nombre del respeto al sindicato legal, la lucha contra la subversión, la unidad contra los provocadores, el atentado a la seguridad nacional… No se trata de ninguna ruptura con la democracia, sino por el contrario, la represión es democrática, pues se ejerce cuando los trabajadores no se comportan como ciudadanos, cuando no aceptan someterse al estatus de vida que ofrece el sistema Capitalista y Estatal: la libertad de vender nuestra fuerza de trabajo al mejor postor.
“Derechos democráticos” no son derechos otorgados a nuestra clase, sino “formalizaciones jurídicas” que la burguesía utiliza para realizar pequeñas o grandes concesiones (según lo requiera la situación), eficientes para perpetuar las condiciones de explotación bajo un medio de total pasividad donde existe libertad de todo, menos de transgredir nuestro rol de mercancía, en el cual pagamos un precio por el resultado de laborar en todo el conjunto del sistema productivo.
Contexto histórico de la democracia, sistema de gobierno impulsado por la burguesía
Los orígenes del término democracia, tienen su auge a partir de la clasificación de las formas de gobierno realizada por Platón primero, y Aristóteles después, en tres tipos básicos: monarquía (gobierno de uno), aristocracia (gobierno de pocos), democracia (gobierno de “la multitud” para Platón y "de los más", para Aristóteles). Como sistema político excluyente, los que no eran considerados ciudadanos (esclavos, mujeres, niños y extranjeros) estaban limitados, por no poder participar en las asambleas.
De todas formas, el significado del término ha cambiado con el tiempo, y la definición moderna ha evolucionado mucho, sobre todo desde finales del siglo XVIII, sucedido de tres acontecimientos importantes:
1) El ascenso de la burguesía al poder con el derrocamiento de las monarquías (gobiernos absolutos), trajo consigo los fundamentos teóricos que establecieron, que la soberanía de los gobernantes ya no estaba determinada por mandato de Dios, sino por la voluntad del pueblo, y la capacidad de éste último para otorgar el “poder soberano” a su gobernante a través del sufragio electoral, como grato representante de sus intereses.
2) El mismo ascenso de la burguesía, consolida los Estados Nacionales, y también de la llamada voluntad del pueblo, surgen a la par las teorías contractualistas (Rousseau y Locke como principales precursores) que se encargan de demostrar que por medio de un pacto imaginario que después apuntaría al surgimiento de leyes y pactos necesariamente jurídicos- entre los hombres, acuerdan entre ellos, delegar su soberanía como conjunto a un representante, un soberano, que a cambio de ceder su propia libertad resguardará esas mismas libertades y derechos naturales (su propiedad e individualidad) los cuales se ven en la necesidad de proteger por las constantes amenazas externas existentes en un medio natural salvaje.
3) La expansión de las revoluciones burguesas a partir de estos preceptos, se concretaron con acontecimientos como la Independencia de Estados Unidos, en 1776, que estableció un nuevo ideal para las instituciones políticas democráticas, seguido por la Revolución Francesa de 1789 y la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809-1824), difundiendo las ideas liberales, los derechos humanos concretados en la Declaración de Derechos de Virginia y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el constitucionalismo y el derecho a la independencia, principios que constituyeron la base ideológica sobre la que se desarrolló toda la evolución política de los siglos XIX y XX.
Posteriormente y sobre todo, a partir del reconocimiento del sufragio universal y del voto femenino en el siglo XX. Hoy en día, las democracias existentes son bastante distintas al sistema de gobierno ateniense del que heredan su nombre, de lo cual nada sirve hacer apología o referencia que por la antigüedad del término, se garantice la efectividad de tal sistema.
De esta manera, es entendible, fuera de toda duda que la democracia moderna, es un sistema que desde su formación, ha sido propio de la burguesía, y por ese mismo hecho, no resulta en ningún momento benéfico a su clase antagonista, el conjunto del proletariado.
Hemos de señalar también, que sí bien, todas las hoy proclamadas democracias en el mundo son capitalistas y bregan -en mayor o menor medida- por el libre mercado, no obstante, no se puede decir, que en todo sistema capitalista se proclame el principio democrático (basta echar un vistazo a las dictaduras en Latinoamérica que apoyaron el Libre mercado); pero a final de cuentas, lo importante es que la clase trabajadora se percate y se persuada de que el capitalismo, así como todo sistema de gobierno (llámese como se llame) es un obstáculo para su emancipación, y por lo mismo, un agente que mantiene vigente el sistema que lleva cabo su continua explotación.
El error que como anarquistas se comete al emplear el término “democracia directa
Es común que en los medios, propaganda y publicaciones anarquistas en general, nos encontremos que entre los bastos principios divulgados aparezca el término democracia directa, o simplemente afirmar que en nuestras organizaciones, sí se ejerce verdadera democracia. A lo cual es necesario, como revolucionarios cuya tendencia nuestra es el anarquismo comunista, establecer una clarificación de nuestros objetivos que evite caigamos en falacias, por términos no correspondientes a nuestros verdaderos principios, que además, repercutan en consecuencias graves, como dejar el campo abierto al oportunismo, que ya de por sí impera por parte de tendencias de izquierda y liberales radicales denominados “libertarios”.
Y aunque ello signifique establecer una ruptura con el resto del movimiento, que quede claro que la responsabilidad en general, recae en todos los anarquistas que se encuentran en proceso de clarificación de sus aspectos teóricos y organizativos, para desempeñar una propaganda más coherente y lo más exenta posible de deficiencias surgidas por la falta de análisis y autocrítica.
Si bien, entendemos que toda la confusión que pueda generarse, comienza con el hecho de que el mismo término "democracia", también se utiliza ampliamente, no sólo para designar una forma de organización política, de gobierno siendo más precisos, sino una forma de convivencia y organización social menos vertical, más horizontal, con relaciones más igualitarias entre sus miembros. En este sentido es habitual el uso del término "democratización", como por ejemplo, la democratización de las relaciones familiares, de las relaciones laborales, de la empresa, de la universidad, de la escuela, de la cultura, etc. Por lo que, puede llegar a suponerse que los anarquistas al aspirar construir relaciones no opresivas, en igualdad social de condiciones, concuerdan perfectamente en suponer la necesidad de un orden más democrático en ese sentido.
Pero como ya señalábamos anteriormente, esto sería sólo una noción vaga de la democracia como simple forma organizativa, que evade toda la realidad habida en el fondo de lo que realmente representa: una forma concreta de gobierno (aunque ejecutada de distintas maneras) y la ideología que da sustento al capitalismo. ¿Tiene sentido alguno reivindicar un término, que en su esencia no resulta el sistema igualitario que aparenta ser y que, sólo agregándole un término más se resuelve el problema?
En este caso, la llamada democracia directa dice consistir en que “hay democracia directa cuando la decisión es adoptada directamente por los miembros del pueblo. Hay democracia indirecta o representativa cuando la decisión es adoptada por personas reconocidas por el pueblo como sus representantes”
Ciertamente, no negamos el hecho de que la organización propuesta por los anarquistas se basa en la que las decisiones sean ejecutadas con base a los acuerdos tomados siempre en asamblea, bajo igualdad de condiciones, por consenso (acuerdo aceptado por todos después de haber sido discutido), y en determinados casos donde sea necesario requerir la delegación de responsabilidades, estás son realizadas estrictamente por asamblea tomando en cuenta la capacidad, aptitud y voluntad de los representantes por parte de quienes le delegaron la tarea, y que a su vez, esos representantes no hacen otra cosa más que ejecutar o actuar con base a lo determinado por el conjunto de dicha asamblea, sin que su cargo sea permanente u obtengan por ello, alguna retribución de cualquier tipo (económica, política o de cualquier tipo de privilegio), por la realización de determinada función.
Resultaría fácil decir, que todo este procedimiento en su totalidad, necesario sin duda alguna, se reduce a ser catalogado como democracia directa, pero como una cosa son los términos y sus definiciones y otra la realidad que le supera, nosotros no nos jactamos en decir que no es democracia, sino la organización anarquista, es decir el modo de concebir la organización que se realiza por medio de principios anárquicos, antiautoritarios y bajo condiciones de igualdad económica y social reales.
En cambio, el plano social, el real, nos muestra que democracia representativa y democracia directa no son dos sistemas incompatibles, puesto que en algunos países (Suiza y Estados Unidos, como ejemplos más sobresalientes), cuyos gobiernos proclaman para sus ciudadanos el ejercicio de ambos tipos de democracia, así, -repetimos nuevamente- ejercen la Democracia directa cuando los ciudadanos reunidos en asamblea o consejo, deliberan y toma las decisiones que van a regularles, de forma horizontal. Pero a la vez se valen de la representatividad puesto que a final de cuentas el pueblo se limita a elegir representantes para que estos nuevamente deliberen y tomen las decisiones, retornando a las mismas formas jerárquicas.
Y es así como en el sistema capitalista actual, sólo puede coexistir una mezcla de ambas, tanto las democracias populares (estilo Chávez o Evo) como las parlamentarias, donde opera perfectamente dicho sistema mezclado:
Plebiscito: El pueblo elige «por sí o por no» sobre una propuesta.
Referéndum: El pueblo concede o no concede la aprobación final de una norma (constitución, ley, tratado).
Iniciativa popular: Por este mecanismo un grupo de ciudadanos puede proponer la sanción o derogación de una ley.
Destitución popular: revocación de mandato o recall. Mediante este procedimiento los ciudadanos pueden destituir a un representante electo antes de finalizado su período.
Ahora bien, en todos y cada uno de estos ejemplos, no se deja de apreciar nuevamente que todas estas medidas, no representan sino una manera más sofisticada con la que el capitalismo pretende vender su ilusión de que la clase trabajadora “tiene ahora” la facultad participativa que le hace tomar parte en el proceso de construcción en el que mejorarán mágicamente sus condiciones de vida.
Queda concluir que de todo lo anteriormente expuesto; El proletariado no tiene ningún deber, en realizar concesión alguna a las ideologías y sistemas que lo mantienen en su esclavitud y servilismo. Y pese a que históricamente no falte la palabra Democracia -bajo cualquier modo en que se le conciba- en nuestro vocabulario, y que en la actualidad muchos grupos u organizaciones las sigan reivindicando por consecuencia de su falta de análisis-, no justifica seguir perpetrando dicho error empleando tal término, el cual no tiene, a nuestro entender, ni siquiera algún obstáculo difícil que superar o un valuarte de importancia el cual debamos sacrificar.
Dejémoslo así de simple, retomando nuevamente las palabras del compañero Malatesta que se encuentran remarcadas en la frase aparecida al principio del artículo…….
No es una cuestión de palabras, es una cuestión de sustancia: Se trata de toda la diferencia entre la democracia, que significa gobierno del pueblo, y anarquía que significa no gobierno, libertad de todos y de cada uno.
Errico Malatesta
Frente a los tantos mitos, realidades y conmociones que giran alrededor del término Democracia, que parece siempre adquirir auge y revuelo en periodos de crisis económicas -por alguna razón correspondiente a su misma lógica-, no resulta ya difícil ver en aquél término un concepto gastado, que sirve de adorno a todos aquellos que pretenden ensalzar sus discursos de Progresismo, pues el terreno de empleo de tal palabra ya no es sólo propiamente de las naciones poderosas, politicastros, lideres sindicales, de partidos o todo aquello relacionado a instituciones, porque también el conjunto del medio artístico, intelectualoide y académico, parecen coincidir, en afirmar que la totalidad del mundo requiere por igual, el perfeccionamiento de la democracia y su purificación, mostrando ésta como el sistema mejor desarrollado que el ser humano haya podido inventar.
Haciendo referencia a una simple definición del diccionario, podemos encontrar que: la Democracia es una forma de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que la titularidad del poder reside en la totalidad de sus miembros, haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad colectiva de los miembros del grupo.
En sentido estricto la democracia es una forma de gobierno, de organización del Estado, en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes. En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que todos sus habitantes son libres e iguales ante la ley y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales.
A partir de tal definición, podemos entender con facilidad el hecho de que bajo la moral en la que nos encontramos inmersos, difícilmente haya alguien que se oponga a la realización de este ideal. Puesto que después de que a raíz de los sucesos ocurridos en los siglos pasados, la estructuración de la sociedad sólo se alcanzó mediante devastadoras guerras, crisis y conflictos sociales, y la instauración formal de todos los países bajo el modelo democrático, trajo consigo una desde luego, relativa- concurrente paz social.
Pero cabe preguntar ¿Cómo explicar que las expectativas positivas que se tuvieron a partir de la desaparición de regímenes dictatoriales que supusieron el advenimiento de una plenitud formal; se hayan venido abajo con todos los acontecimientos de nuevas crisis tanto económicas como de recursos- y conflictos surgidos de pronto en este siglo XXI?
Se dice que la ventaja de la democracia consiste en ser un sistema en el que la ciudadanía puede quitar de sus puestos a los gobernantes sin tener que cambiar toda la base legal del gobierno, porque a diferencia de las Dictaduras, la diferencia estriba que en la democracia, el uso de la fuerza coercitiva del Estado es distinta, pues precisamente esos procedimientos de corrección, no son limitados ni arbitrarios al estar reglamentados, siempre abiertos a toda crítica y cuestionamiento por parte de la opinión pública. Dando así por resultado, el aminoramiento de la inestabilidad política asegurando a los ciudadanos, que por mucho que padezcan los efectos negativos de las políticas del gobierno en un momento dado, siempre tendrán una oportunidad de cambiar a quienes gobiernan, optando por un mal menor (pero que a final de cuentas no deja de ser un mal para los gobernados) o incluso de cambiar directamente las políticas con las cuales no están de acuerdo.
Tan fuerte ha sido la asimilación de esta moral burguesa, que no extrañan los casos donde las tendencias de izquierda o mismos pseudo-anarquistas apoyen esta premisa, de igual manera que lo hacen demócratas, liberales y estatistas, argumentando que es preferible un medio donde el Estado “tolerante” otorgue libertades y los derechos regulados para organizarse y protestar a un sistema en el que los cambios políticos se llevan a cabo por medio de la violencia, lo que desemboca la mayoría de las veces en un golpe de estado o una catastrófica guerra civil.
Lo cierto es que pese a todas las ventajas que dice brindar la democracia a comparación de otros regímenes donde la explotación y el control ejercido por las clases dominantes se manifiesta abiertamente sin vacilaciones, una democracia no hace más que formalizar y enmascarar las contradicciones existentes en el sistema capitalista que respalda. Es decir, que todas las relaciones de individualismo y egoísmo que se gestan y fomentan bajo la dictadura del dinero, serán de la mejor manera justificadas pese los efectos negativos que verdaderamente producen: el servilismo impregnado en las relaciones de sumisión social (jerarquías), la alienación en el trabajo, la escuela, los institutos y el afán del lucro. Todo ello, no representa mayor problema porque la democracia nos proporciona la libertad de elegir, la libertad de someternos a un trabajo azotador y estresante por un salario que cubra nuestra subsistencia, o la libertad de padecer hambre y vivir precariamente; Ó también, la libertad de esclavizarnos en el consumismo enriqueciendo a los bancos mientras nos endeuda con el crédito y los intereses, o empeñarnos en la búsqueda constante de beneficios personales económicos empelando medios que consistan en timar, robar o arruinar ya no a los de mi propia condición de clase, sino incluso a los de mi mismo árbol familiar. Miles son las libertades otorgadas por el libre albedrío de la democracia, todas propias de un círculo vicioso y corrompido que se figura más tolerable.
Ante tales circunstancias, surge la necesidad de derrocar dicho sistema irracional, por uno acorde a las necesidades verdaderamente humanas, pero lo cual, sólo se tornará posible mediante la toma de conciencia, organización y posteriores acciones, por parte de la clase en la que recaen los efectos negativos o sea, la clase trabajadora-, efectos que son directamente responsabilidad de la clase que le gobierna y explota desmesuradamente.
Y sí realmente, aspiramos a construir una auténtica emancipación, los métodos revolucionarios que empleemos para alcanzarla deberán ser contundentes, es decir, consistir en la ruptura total de las estructuras opresivas (Estado-Capital), junto con su ideología que le sustentan (en este caso la democracia, por ser la predominante, pero que de igual manera, ninguna otra tendencia gubernamental puede ser tolerada por nuestra parte), la cual, a pesar de que debe ser conocida en sus bases y fundamentos para atacarla, debe quedar claro que no puede a su vez, servirnos de elemento para nuestros propósitos a alcanzar por medio de nuestras reivindicaciones en la lucha.
Es por esa razón que nos hemos propuesto elaborar un análisis que exprese de la mejor manera, clara y posible, la posición que hemos tomado desde nuestras propuestas ácratas frente a la democracia.
La falacia de la ciudadanía
En los países donde imperan los gobiernos democráticos, se ha establecido como fundamento inatacable que el orden social existente se encuentra conformado por gobernantes (representantes) y ciudadanos. Todos los demócratas (ideólogos patentados de dicho sistema, tomen partido en la izquierda o la derecha) han reducido sus análisis a decir que los antagonismos entre clases sociales, han quedado rebasados en nuestra época actual. Dichos antagonismos que surgen necesariamente de la naturaleza contradictoria engendrada por el modo de producción capitalista, es decir, la detentación de los medios de producción (fábricas, talleres, herramientas, servicios, recursos naturales) por parte de una minoría privilegiada que por su misma condición de clase, ve asegurada su posición, gracias al amparo del Estado, bajo el Derecho a la propiedad privada.
Ello, permite que la acumulación de capital (dinero, propiedades, acciones) circule en torno al constante beneficio de la clase (burguesa), que con el aparato político del Estado (surgido también de su misma necesidad de justificarse “legalmente”) tendrá el camino abierto para ejercer su influencia sobre todos los aspectos de la vida social, haciéndola girar en un mismo eje: el lucro y la ganancia por medio de la explotación en el trabajo asalariado.
Así, las grandes masas que han heredado sólo ruina y despojo por múltiples generaciones, esas multitudes que excluidas de los medios necesarios para subsistir, viéndose obligadas a empeñar sus facultades físicas y mentales, para apenas alcanzar cierta estabilidad que les permita llevar una vida de carencias, deudas e incertidumbre de quedar despojados por un embargo -consecuencia de algún crédito que no pudieron pagar-. La prevalencia de esta situación en la sociedad, no puede dar lugar de ningún modo, a hablar sobre un estado de igualdad habiendo cabida para los acuerdos y conciliaciones, donde las diferencias e intereses, sólo son superficiales, excluyendo todo antagonismo entre las clases.
Es así como opera la demagogia de todos los partidos políticos, defensores de sus intereses de clase, burgueses por igual, aspiran a gobernar sólo para asegurar el mantenimiento y perfeccionamiento del capitalismo, es decir, que sus privilegios sólo se hacen posibles mediante discursos que evoquen a la pasividad generalizada, que logra que las clases explotadas y marginadas, no asuman su condición de opresión y alienación en que se encuentran inmersos. Logrando de esta manera, una moral, un credo absoluto, con base a la siguiente asimilación: en este país, siendo “todos” gobernados por las leyes, una misma constitución, y tres poderes emanados del sufragio y la voluntad popular, somos ciudadanos por igual, y nuestras diferencias, sólo consisten en los distintos modos de pensar o la exigencia en el respeto a los modos de vida de las minorías.
En eso consiste el timo de la democracia, hacernos creer que sumergiéndonos en el concepto abstracto de ciudadanía, se facilita el entendimiento y la concordia frente a las clases que nos estrangulan a diario, quebrantando a la vez nuestra solidaridad entre proletarios, encaminándonos por intereses ajenos a nuestra clase, nos enfrentan por la ceguedad, que con promesas de bienestar, se hace encauzar nuestros esfuerzos al apoyo y desgastes de las causas de líderes sindicales, ONG's y partidos políticos que nos emplean perfectamente como carne de cañón para beneficio de sus intereses particulares.
El timo de los derechos y las libertades bajo la democracia
El derecho de reunión, el derecho de asociación, el derecho de sindicalización, la libertad de prensa, nos dice la burguesía (de derecha e izquierda): “Son derechos concedidos a la clase obrera”. Veamos la realidad; los trabajadores, luego de generar, valor durante todo el día, al servicio del capital, dejando su fuerza, sus brazos, su cerebro, su sudor, su sangre, su vida, tienen reconocido no sólo el derecho de ir al fútbol, ver la televisión para distraerse o tomar vacaciones cada cierto tiempo, ello, “para estar en forma y tener un buen rendimiento” en el día de reingresar a laborar; También, “se les otorga” el derecho de discutir, sindicalizarse y enviar a sus “representantes” a negociar con los patrones el precio al que les venderán el pellejo.
Es totalmente lógico, que todo vendedor busque vender su mercancía lo más cara posible (en este caso, los trabajadores, su fuerza de trabajo, que es todo lo que poseen) y, con gusto, el capital acepta que los sindicatos transformen las necesidades excesivas de los obreros en justas reivindicaciones salariales. “Justa” reivindicación es la que permite un aumento de la tasa de explotación, simulando beneficios a los trabajadores (míseros aumentos al salario), siendo a su vez considerada “legítima” por no afectar en todo momento los márgenes de ganancia para la burguesía, y menos cuando no atenta contra la competitividad de la sacrosanta Economía nacional.
En ese sentido, no cabe duda que los sindicatos mediadores entre el proletariado y la patronal, son especialistas en hacer las reclamaciones “justas” para no atentar contra los intereses del capital. ¿Qué otra cosa puede caber en esos derechos otorgados por la burguesía, que el derecho a este tipo de reclamaciones “justas” que no atentan contra la ganancia capitalista? Absolutamente nada.
Cuando los trabajadores se asocian, es decir, en una organización independiente que objetivamente brega por demandas inmediatas acorde a los intereses de los trabajadores, luchando efectivamente, por una reducción real del tiempo de trabajo, un aumento efectivo de salario relativo. En donde, el capital no tiene ningún interés en reconocerle ni el derecho de asociación, ni el de reunión, ni el de prensa, ni siquiera el de sindicalización; pues todo ello, llevado a un plano general que se extienda a todos los sectores trabajadores en la industria y el campo, afectará la imagen de la Economía nacional ante el exterior, provocando que los inversionistas no quieran invertir en el país.
En este caso, la democracia no tiene más remedio que recurrir a las medidas represivas particulares del Estado: Policía, Ejército, cuerpos de choque sindical, cárcel, etc. En nombre de la democracia, los derechos de los trabajadores y el respeto a las decisiones sindicales, los gobiernos, no dudarán en emplear el terrorismo estatal contra la clase trabajadora organizada. Y ello, aplica de igual manera sí las demandas se concretan en objetivos revolucionarios, cuando el proletariado se percate de la necesidad que tiene, no ya de recibir un sueldo, sino de abolir por completo el sistema de salarios.
Queda claro pues, que la asociación, su prensa, sus reuniones, sus acciones, emanadas de su propia conciencia de clase, se sitúan abiertamente contra los patrones, el capital y su economía nacional. Entonces la libertad de reunión y la de asociación asumen la forma de represión abierta, en nombre del respeto al sindicato legal, la lucha contra la subversión, la unidad contra los provocadores, el atentado a la seguridad nacional… No se trata de ninguna ruptura con la democracia, sino por el contrario, la represión es democrática, pues se ejerce cuando los trabajadores no se comportan como ciudadanos, cuando no aceptan someterse al estatus de vida que ofrece el sistema Capitalista y Estatal: la libertad de vender nuestra fuerza de trabajo al mejor postor.
“Derechos democráticos” no son derechos otorgados a nuestra clase, sino “formalizaciones jurídicas” que la burguesía utiliza para realizar pequeñas o grandes concesiones (según lo requiera la situación), eficientes para perpetuar las condiciones de explotación bajo un medio de total pasividad donde existe libertad de todo, menos de transgredir nuestro rol de mercancía, en el cual pagamos un precio por el resultado de laborar en todo el conjunto del sistema productivo.
Contexto histórico de la democracia, sistema de gobierno impulsado por la burguesía
Los orígenes del término democracia, tienen su auge a partir de la clasificación de las formas de gobierno realizada por Platón primero, y Aristóteles después, en tres tipos básicos: monarquía (gobierno de uno), aristocracia (gobierno de pocos), democracia (gobierno de “la multitud” para Platón y "de los más", para Aristóteles). Como sistema político excluyente, los que no eran considerados ciudadanos (esclavos, mujeres, niños y extranjeros) estaban limitados, por no poder participar en las asambleas.
De todas formas, el significado del término ha cambiado con el tiempo, y la definición moderna ha evolucionado mucho, sobre todo desde finales del siglo XVIII, sucedido de tres acontecimientos importantes:
1) El ascenso de la burguesía al poder con el derrocamiento de las monarquías (gobiernos absolutos), trajo consigo los fundamentos teóricos que establecieron, que la soberanía de los gobernantes ya no estaba determinada por mandato de Dios, sino por la voluntad del pueblo, y la capacidad de éste último para otorgar el “poder soberano” a su gobernante a través del sufragio electoral, como grato representante de sus intereses.
2) El mismo ascenso de la burguesía, consolida los Estados Nacionales, y también de la llamada voluntad del pueblo, surgen a la par las teorías contractualistas (Rousseau y Locke como principales precursores) que se encargan de demostrar que por medio de un pacto imaginario que después apuntaría al surgimiento de leyes y pactos necesariamente jurídicos- entre los hombres, acuerdan entre ellos, delegar su soberanía como conjunto a un representante, un soberano, que a cambio de ceder su propia libertad resguardará esas mismas libertades y derechos naturales (su propiedad e individualidad) los cuales se ven en la necesidad de proteger por las constantes amenazas externas existentes en un medio natural salvaje.
3) La expansión de las revoluciones burguesas a partir de estos preceptos, se concretaron con acontecimientos como la Independencia de Estados Unidos, en 1776, que estableció un nuevo ideal para las instituciones políticas democráticas, seguido por la Revolución Francesa de 1789 y la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809-1824), difundiendo las ideas liberales, los derechos humanos concretados en la Declaración de Derechos de Virginia y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el constitucionalismo y el derecho a la independencia, principios que constituyeron la base ideológica sobre la que se desarrolló toda la evolución política de los siglos XIX y XX.
Posteriormente y sobre todo, a partir del reconocimiento del sufragio universal y del voto femenino en el siglo XX. Hoy en día, las democracias existentes son bastante distintas al sistema de gobierno ateniense del que heredan su nombre, de lo cual nada sirve hacer apología o referencia que por la antigüedad del término, se garantice la efectividad de tal sistema.
De esta manera, es entendible, fuera de toda duda que la democracia moderna, es un sistema que desde su formación, ha sido propio de la burguesía, y por ese mismo hecho, no resulta en ningún momento benéfico a su clase antagonista, el conjunto del proletariado.
Hemos de señalar también, que sí bien, todas las hoy proclamadas democracias en el mundo son capitalistas y bregan -en mayor o menor medida- por el libre mercado, no obstante, no se puede decir, que en todo sistema capitalista se proclame el principio democrático (basta echar un vistazo a las dictaduras en Latinoamérica que apoyaron el Libre mercado); pero a final de cuentas, lo importante es que la clase trabajadora se percate y se persuada de que el capitalismo, así como todo sistema de gobierno (llámese como se llame) es un obstáculo para su emancipación, y por lo mismo, un agente que mantiene vigente el sistema que lleva cabo su continua explotación.
El error que como anarquistas se comete al emplear el término “democracia directa
Es común que en los medios, propaganda y publicaciones anarquistas en general, nos encontremos que entre los bastos principios divulgados aparezca el término democracia directa, o simplemente afirmar que en nuestras organizaciones, sí se ejerce verdadera democracia. A lo cual es necesario, como revolucionarios cuya tendencia nuestra es el anarquismo comunista, establecer una clarificación de nuestros objetivos que evite caigamos en falacias, por términos no correspondientes a nuestros verdaderos principios, que además, repercutan en consecuencias graves, como dejar el campo abierto al oportunismo, que ya de por sí impera por parte de tendencias de izquierda y liberales radicales denominados “libertarios”.
Y aunque ello signifique establecer una ruptura con el resto del movimiento, que quede claro que la responsabilidad en general, recae en todos los anarquistas que se encuentran en proceso de clarificación de sus aspectos teóricos y organizativos, para desempeñar una propaganda más coherente y lo más exenta posible de deficiencias surgidas por la falta de análisis y autocrítica.
Si bien, entendemos que toda la confusión que pueda generarse, comienza con el hecho de que el mismo término "democracia", también se utiliza ampliamente, no sólo para designar una forma de organización política, de gobierno siendo más precisos, sino una forma de convivencia y organización social menos vertical, más horizontal, con relaciones más igualitarias entre sus miembros. En este sentido es habitual el uso del término "democratización", como por ejemplo, la democratización de las relaciones familiares, de las relaciones laborales, de la empresa, de la universidad, de la escuela, de la cultura, etc. Por lo que, puede llegar a suponerse que los anarquistas al aspirar construir relaciones no opresivas, en igualdad social de condiciones, concuerdan perfectamente en suponer la necesidad de un orden más democrático en ese sentido.
Pero como ya señalábamos anteriormente, esto sería sólo una noción vaga de la democracia como simple forma organizativa, que evade toda la realidad habida en el fondo de lo que realmente representa: una forma concreta de gobierno (aunque ejecutada de distintas maneras) y la ideología que da sustento al capitalismo. ¿Tiene sentido alguno reivindicar un término, que en su esencia no resulta el sistema igualitario que aparenta ser y que, sólo agregándole un término más se resuelve el problema?
En este caso, la llamada democracia directa dice consistir en que “hay democracia directa cuando la decisión es adoptada directamente por los miembros del pueblo. Hay democracia indirecta o representativa cuando la decisión es adoptada por personas reconocidas por el pueblo como sus representantes”
Ciertamente, no negamos el hecho de que la organización propuesta por los anarquistas se basa en la que las decisiones sean ejecutadas con base a los acuerdos tomados siempre en asamblea, bajo igualdad de condiciones, por consenso (acuerdo aceptado por todos después de haber sido discutido), y en determinados casos donde sea necesario requerir la delegación de responsabilidades, estás son realizadas estrictamente por asamblea tomando en cuenta la capacidad, aptitud y voluntad de los representantes por parte de quienes le delegaron la tarea, y que a su vez, esos representantes no hacen otra cosa más que ejecutar o actuar con base a lo determinado por el conjunto de dicha asamblea, sin que su cargo sea permanente u obtengan por ello, alguna retribución de cualquier tipo (económica, política o de cualquier tipo de privilegio), por la realización de determinada función.
Resultaría fácil decir, que todo este procedimiento en su totalidad, necesario sin duda alguna, se reduce a ser catalogado como democracia directa, pero como una cosa son los términos y sus definiciones y otra la realidad que le supera, nosotros no nos jactamos en decir que no es democracia, sino la organización anarquista, es decir el modo de concebir la organización que se realiza por medio de principios anárquicos, antiautoritarios y bajo condiciones de igualdad económica y social reales.
En cambio, el plano social, el real, nos muestra que democracia representativa y democracia directa no son dos sistemas incompatibles, puesto que en algunos países (Suiza y Estados Unidos, como ejemplos más sobresalientes), cuyos gobiernos proclaman para sus ciudadanos el ejercicio de ambos tipos de democracia, así, -repetimos nuevamente- ejercen la Democracia directa cuando los ciudadanos reunidos en asamblea o consejo, deliberan y toma las decisiones que van a regularles, de forma horizontal. Pero a la vez se valen de la representatividad puesto que a final de cuentas el pueblo se limita a elegir representantes para que estos nuevamente deliberen y tomen las decisiones, retornando a las mismas formas jerárquicas.
Y es así como en el sistema capitalista actual, sólo puede coexistir una mezcla de ambas, tanto las democracias populares (estilo Chávez o Evo) como las parlamentarias, donde opera perfectamente dicho sistema mezclado:
Plebiscito: El pueblo elige «por sí o por no» sobre una propuesta.
Referéndum: El pueblo concede o no concede la aprobación final de una norma (constitución, ley, tratado).
Iniciativa popular: Por este mecanismo un grupo de ciudadanos puede proponer la sanción o derogación de una ley.
Destitución popular: revocación de mandato o recall. Mediante este procedimiento los ciudadanos pueden destituir a un representante electo antes de finalizado su período.
Ahora bien, en todos y cada uno de estos ejemplos, no se deja de apreciar nuevamente que todas estas medidas, no representan sino una manera más sofisticada con la que el capitalismo pretende vender su ilusión de que la clase trabajadora “tiene ahora” la facultad participativa que le hace tomar parte en el proceso de construcción en el que mejorarán mágicamente sus condiciones de vida.
Queda concluir que de todo lo anteriormente expuesto; El proletariado no tiene ningún deber, en realizar concesión alguna a las ideologías y sistemas que lo mantienen en su esclavitud y servilismo. Y pese a que históricamente no falte la palabra Democracia -bajo cualquier modo en que se le conciba- en nuestro vocabulario, y que en la actualidad muchos grupos u organizaciones las sigan reivindicando por consecuencia de su falta de análisis-, no justifica seguir perpetrando dicho error empleando tal término, el cual no tiene, a nuestro entender, ni siquiera algún obstáculo difícil que superar o un valuarte de importancia el cual debamos sacrificar.
Dejémoslo así de simple, retomando nuevamente las palabras del compañero Malatesta que se encuentran remarcadas en la frase aparecida al principio del artículo…….
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